miércoles, 22 de mayo de 2013

MUSEO DE SAN ISIDRO- MADRID CAPITAL

Con este artículo conoceréis un poco más de la historia de la capital de España: Madrid.
Por Lourdes Morales Farfan 

¿Quiénes fueron los primeros pobladores de Madrid? ¿Dónde tuvo su origen la ciudad? ¿Cuál fue su evolución a lo largo de los siglos? ¿Cómo llegó a ser la capital de España? ¿Quién es su patrón? ¿Dónde vivió? ¿Cómo? Todos los que se hayan hecho estas preguntas, sean madrileños o no, tienen una cita en el Museo de San Isidro. Los orígenes de Madrid, ubicado en el solar donde antes estuviera el Palacio de los Condes de Paredes. Aunque si preguntamos por él entre los vecinos, con este nombre lo más probable es que no sepan darnos muchas señas, pues el edificio es popularmente conocido como Casa de San Isidro ya que aquí estuvo la vivienda de la familia Vargas, para quien trabajó el santo, y en ella vivió y murió.
Su origen está en la primera mitad del siglo XVI, cuando la familia de los Lujanes construye la casa. El recuerdo de estos sus primeros propietarios pervive en el Patio, donde aún se han conservado los escudos familiares. Cuando la Corte se traslada a Madrid, en el año 1561, el palacio, uno de los más importantes de la Villa, acogerá al Nuncio1 hasta mediados del siglo XVII, momento en que pasará a ser propiedad de los Condes de Paredes, quienes edificarán algunas de las estancias más emblemáticas de la casa que han llegado a nuestros días, como la Capilla, que veremos más adelante. Pero, lamentablemente, en el año 1974 el palacio fue demolido casi por completo debido a su gran deterioro. Tras llevar a cabo una serie de excavaciones arqueológicas en el solar, el edificio fue levantado de nuevo hasta tener el aspecto con el que ha llegado a nuestros días.
De este modo, hoy podemos visitar un cuidado y moderno museo en cuyas instalaciones se han logrado integrar las zonas más importantes que se han llegado a conservar del palacio original: el Pozo del Milagro, la capilla de los siglos XVII y XVIII y el Patio renacentista. En ellas, haremos un breve recorrido por la vida de San Isidro, haciendo hincapié en aquellos aspectos más importantes del santo y en cómo ha evolucionado la forma de representarlo a lo largo de los siglos. Todos estos elementos los iremos viendo a lo largo del reportaje.
En el resto de las salas, la exposición permanente “Orígenes de Madrid” nos guiará, a través de sus cuatro áreas, por la historia de la ciudad, desde los primeros asentamientos y pobladores hasta su consolidación como sede de la monarquía española. Las piezas que podremos contemplar proceden de los distintos yacimientos y excavaciones llevadas a cabo en Madrid en diferentes años. Así, algunas de las colecciones que hoy alberga el museo han llegado aquí desde el desaparecido Instituto Arqueológico y del Museo Municipal. A la colección permanente se suma el almacén, donde parte de los numerosos fondos con los que cuenta el museo han sido debidamente catalogados y expuestos para su visita. Y también veremos el Jardín, donde hay una selección de plantas que ya eran cultivadas en Madrid en la antigüedad y en el que nos encontraremos con una sorpresa arquitectónica.
Pero no nos demoremos más y pasemos a sumergirnos de lleno en la historia de Madrid.
Localización: Plaza de San Andrés, 2.

Comenzamos nuestro recorrido por el museo en las salas que se engloban bajo el nombre de Antes de Madrid. Los primeros pobladores del Valle del Manzanares, a las que se accede a través de un pequeño pasillo que nos presenta de forma general las etapas históricas de Madrid. Aquí, podremos ver una parte de los restos paleontológicos2 encontrados en los diferentes yacimientos hallados en Madrid y que son muestra de los asentamientos que hubo en los valles madrileños desde hace 400.000 años y hasta hace 9.000 años. Estos restos pertenecieron a diferentes especies (humana y animal) y pasaron por distintas etapas climáticas. La supervivencia de aquellos primeros homínidos se basaba en la recolección, la caza y la pesca, para lo cual era vital su capacidad de adaptación y de creación de herramientas.
Estas salas están divididas en varias secciones. La primera de ellas es la denominada Un mundo en transformación, donde veremos cómo los principales hallazgos se han localizado en las terrazas4 de los ríos del Manzanares y del Jarama, lugares donde las poblaciones asentadas obtenían el agua y la comida para su sostenimiento, así como los materiales necesarios para la fabricación de herramientas.
Aquí, también se da importancia a los cambios sufridos en el clima en estos terrenos y cómo eso afectó a la fauna que allí habitaba. Dos grandes pantallas nos muestran la recreación de sendos paisajes en dos fases diferentes, una en un clima frío y otra, en uno cálido, con las cuales se puede interactuar mediante unos monitores situados frente a los expositores que nos dan información sobre los varios animales que vivían en dichas zonas. Desde hace unos 500.000 años y hasta hace unos 120.000, Madrid se encontraba bajo una fase de temperatura cálida; así, se conoce la existencia de bosques de encinas y pinos, además de árboles como abedules y avellanos, entre otros, cerca de los ríos; en lo que concierne a los animales, hipopótamos, toros, caballos, o rinocerontes eran los que habitaban aquí, mientras que las aguas estaban pobladas de barbos, o anguilas. Por su parte, cuando el clima sufrió un enfriamiento hace unos 80.000 años, estas mismas zonas de Madrid se convirtieron en estepas5 de praderas con una menor vegetación; la nieve acumulada en la sierra hizo que el Manzanares y el Jarama redujeran su caudal, desapareciendo así varias especies de animales; algunas, sin embargo, estaban más adaptadas al frío y se instalaron en la Península Ibérica, como fue el caso del ciervo gigante, o el mamut6.
Pero sin duda, lo que más nos llamará la atención serán los restos que se exponen en las vitrinas y que datan del Pleistoceno Superior y del Pleistoceno Medio (período que abarcan desde hace 2 millones de años y hasta hace uno 10.000 años). En ellas, veremos elementos como un cráneo de uro7, hallado en el Arenero del km. 7 de la carretera de Andalucía (Usera, Madrid) y que mostramos en la fotografía; la cuerna de un ciervo gigante, procedente del Arenero del Arroyo del Culebro (Getafe); o el enorme colmillo de un mamut extraído en el Arenero de Salmedina (Rivas-Vaciamadrid), entre otros.
La siguiente sección es la que en el museo ha venido a denominar Elefantes en Madrid. A ella se dedica una vitrina en la que se nos muestra el cráneo con las defensas de un elefante hallado a finales de los años 50 del pasado siglo XX por los arqueólogos del Instituto Arqueológico Municipal de Madrid en un arenero de la zona madrileña de Orcasitas, en el distrito de Villaverde. Se trataba de un macho adulto de unos 45 años perteneciente a la especie Palaeoxodon antiquus y datado del Pleistoceno Medio (entre 780.000 y 127.000 años). Si bien se habían encontrado este tipo de restos en épocas anteriores, será a partir del siglo XIX cuando proliferen las apariciones de elefantes y mamuts debido a que, en esos años, comenzarían a explotarse de manera habitual las arenas del río Manzanares. De este modo, otros lugares de Madrid en los que ha habido hallazgos de estos dos animales han sido, además de en Villaverde, en distintas zonas de Arganda del Rey, Carabanchel, Getafe, Rivas-Vaciamadrid y Usera.
También podremos ver, cerca de esta vitrina, otra en la que se nos muestra un molar8 humano del Pleistoceno Medio (entre 150.000 y 127.000 años) hallado en los terrenos de San Isidro, en el distrito madrileño de Carabanchel. Los primeros homínidos se asentaron en Madrid hace unos 400.000 años; de la especie Homo heidelbergensis, llegaron a Europa procedentes de África. Tuvo su evolución en el Homo neanderthalensis, extinguido hace aproximadamente unos 27.000 años, evolucionando entonces en el Homo sapiens, nuestro origen. El molar del que hablamos pudo pertenecer a una de las dos primeras especies que hemos referido aquí.
La última sección de esta primera área es la dedicada a los Cazadores recolectores, donde se nos acerca a los modos de vida de aquellos homínidos que se asentaron en el Valle del Manzanares durante el Paleolítico10. Estos grupos subsistían a través de la explotación de los recursos naturales, por lo que necesitaban establecer sus asentamientos, como dijimos anteriormente, cerca de los ríos para poder así obtener buenas cantidades de agua, vegetación y, sobre todo, de animales (caballos, uros, ciervos, elefantes, etc.) de los que abastecerse. El no poseer las mismas cualidades físicas que algunos otros depredadores y el encontrarse en desventaja con éstos les hizo proveerse de refugios en los que protegerse, además de llevarles a fabricar herramientas con las que poder cazar y recolectar alimentos.
Restos de estas herramientas son las mayores pruebas que tenemos de la presencia en distintas zonas de Madrid de asentamientos de heidelbergensis y neandertales. Su organización debió basarse en grupos unidos por parentesco y sin jerarquías entre ellos. Las dos especies se servirían del fuego, además de utilizar algún tipo de lenguaje que les permitía transmitir conocimientos. Ejemplo de ello son los enterramientos que llevaban a cabo los neandertales con lo miembros fallecidos en sus grupos, así como la utilización de adornos personales, lo cual nos transmite una conducta simbólica.
Los materiales empleados para la fabricación de estos utensilios fueron, mayormente, el sílex11 y la cuarcita12, si bien se usaron en menor medida la madera y el hueso. Numerosas piezas encontradas en diversos yacimientos arqueológicos se encuentran expuestas en las vitrinas que hay dispuestas en esta sala y que podemos ver en la fotografía superior. Así, veremos cómo los heidelbergensis realizaban utensilios que sirvieran para varias tareas, como los cantos trabajados, más simples, o los bifaces13, más complejos; por su parte, los neandertales se dedicaron a hacer herramientas con un uso más específico, como despellejar, cortar, descarnar, etc., e incluso llegaron a crear una técnica llamada levallois, la cual consistía en realizar una talla para poder conseguir varias formas parecidas de un mismo bloque de piedra.
En las vitrinas que hay frente a las primeras, podremos ver ejemplos de herramientas encontradas en diversos yacimientos de Madrid y realizadas por la especie más evolucionada a las dos anteriores: el Homo sapiens. Sus mayores capacidades hicieron que pudiera desenvolverse mejor en su entorno ante las dificultades; el uso de un lenguaje más complejo favoreció la transmisión de conocimientos, así como la creación de grupos sociales más desarrollados. Esto, inevitablemente, se tradujo en la fabricación de herramientas mejores, logrando de este modo adaptarse más fácilmente a los diferentes ecosistemas y, con ello, extenderse por cada zona de la Tierra.
Los utensilios fabricados por el Homo sapiens nos muestran un mejor uso de las materias primas, siendo éstos más pequeños y mejor realizados. Además, dio pie a un mayor número de herramientas más especializadas. Todos estos avances permitieron que se aprovecharan mejor los recursos y que los grupos tuvieran que desplazarse menos, por lo que los asentamientos fueron cada vez de grupos más estables. Su presencia ha quedado manifiesta en zonas próximas a los cauces secundarios de los ríos principales, estando así más cerca de los bosques. También hay pruebas de su paso en las paredes de algunas cuevas, como la Cueva del Reguerillo, en Patones (Madrid), donde hay grabados en las rocas de formas humanas, peces, o un mamut, entre otras.

Continuaremos nuestra visita y pasaremos ahora al área de las Primeras sociedades productoras, en la que podremos conocer el cambio que se produce en los modos de vida de dichos grupos, propiciado principalmente por la producción de alimentos a través de la agricultura y la ganadería. Los primeros cultivos serán de trigo y algunas legumbres, almacenando la cosecha en silos bajo tierra o en vasijas cerámicas y moliendo el grano a mano con moledoras de granito. Esto haría necesaria la utilización de nuevas herramientas acordes con estas nuevas actividades económicas (tala, cocción de alimentos, aprovechamiento de la leche y la lana, etc.). En cuanto a los animales, se continuó cazando, pero también se domesticaban perros, ovejas, o cabras, entre otros, de los cuales han aparecido diversos restos en yacimientos.
En Madrid, estos cambios se introducen aproximadamente hace unos 7.400 años, trayendo consigo un mayor sedentarismo de las sociedades, las cuales aumentan su población y se organizan de manera diferente, además de adoptar nuevas creencias religiosas. Por otro lado, se jerarquizan los grupos, dividiéndose el trabajo, y se desarrollan algunos rituales, como los funerarios, que ayudan a unir más a los individuos. Estas formas de enterramiento nos ayudan a entender a estas nuevas sociedades, más complejas que las anteriores, viendo cómo preparaban los espacios funerarios, el ajuar que acompañaría a los difuntos, así como el número de individuos que se enterrarían juntos.
Un ejemplo de la estabilidad de estos asentamientos es la maqueta que vemos en la fotografía, en la que se reproduce la reconstrucción de un poblado del siglo II a. de C. en el Cerro de la Gavia (Vallecas, Madrid); sus autores son Alberto Fuentes, Enrique Capdevilla, Alberto Villalba y Marcial Crespo. En ella, se constata que los poblados comienzan a instalarse en zonas más altas, con el fin de vigilar mejor al ganado. Dentro de las cabañas, se abrían hoyos donde guardar el grano. También hay una recreación de los restos arqueológicos de una antigua villa romana ubicada en Villaverde Bajo (Madrid); en esta ocasión, se trata de una obra de Ángel Rojo Rincón. Sobre el período romano hablaremos más adelante.
En este mismo espacio, podremos ver tres vitrinas en las que se exponen diversos utensilios de tres épocas diferentes. Por un lado, hay una muestra de objetos de la Edad del Hierro14, como una punta de lanza, una cazuelita y una fíbula16, todas ellas de hace entre 2.800 y 2.100 años y halladas en Madrid y Getafe. Por otro lado, hay otra vitrina en la que se muestran instrumentos de la época romana imperial (hace entre 1.800 y 1.600 años), como una jarra y restos de una pintura mural, ambas de la villa romana de Villaverde Bajo, y un ungüentario17 traído de Palestina. Del período visigodo, hay expuestas una lucerna19, una botella y un botón de un ajuar, procedente cada pieza de diferentes zonas de Madrid, como Pinto, o Arganda.
Nos dirigimos hacia la otra área del museo y nos detendremos en un expositor dedicado, igualmente, a estas Primeras sociedades productoras. En ella, veremos un hacha de piedra encontrada en Pinto y datada de hace entre 4.500 y 3.500 años; también hay un vaso de hace entre 4.100 y 3.800 años hallado en Ciempozuelos, así como una jarra encontrada en un arenero de Usera y procedente de hace entre 3.500 y 2.800 años. Estos dos últimos objetos son una muestra del uso novedoso de la cerámica en la fabricación de utensilios; para ello, se usaba la arcilla cocida, un material que hacía las vasijas duraderas e impermeables.
Algunos de estos tipos de vasos fueron usados en los ajuares de diversos enterramientos encontrados en distintos yacimientos de Madrid, como los hallados en el Valle del Manzanares, o en Villalba, entre otros. Éstos eran usados generalmente en rituales en los que se ofrecían alimentos a los difuntos, así como en banquetes realizados en honor a los fallecidos.
Además de la cerámica y la piedra, también comenzarán a usarse materiales como el cobre y el oro, utilizándose este último en enterramientos y como símbolo de poder dentro de la jerarquía del grupo, algo que dejará de ser usado con este objetivo a finales del período de la Edad del Bronce20.

A mediados del siglo II a. de C., tiene lugar la conquista romana. Desde ese momento y hasta el siglo VIII, la única ciudad en la región de Madrid entendida como tal fue Complutum, la actual Alcalá de Henares. Esta parte de la historia madrileña será la que veamos en el área denominada Romanos y bárbaros. La población pasó de vivir repartida en pequeñas aldeas al lado de los ríos, a concentrarse en las llamadas villae, dedicándose a la agricultura y la ganadería, algo que permanecería hasta aproximadamente el siglo V. Cuando los visigodos establecen su reino en Toledo, las formas de subsistir no cambiaron demasiado, si bien los nuevos grupos que llegaron fueron creando sus propios asentamientos, de los cuales hoy tenemos noticias en gran parte por las necrópolis21 halladas.
Hablábamos antes de la maqueta de villa romana de Villaverde. Ésta fue descubierta en el año 1927 y se trataba de un asentamiento estable de una finca, o fundus dedicada a la agricultura. Tras la excavación se determinó que el conjunto estaba formado por dos edificios superpuestos, siendo uno de ellos, el más antiguo, habitado entre los siglos I y III a. de C. y destruido durante un incendio. Los restos encontrados del mobiliario y del ajuar determinan que sus habitantes vivían de forma totalmente romanizada. Tal es el caso de una cabeza que representa a Silvano, dios que protegía los huertos y el campo; o una sigillata, una vajilla de mesa romana. De esos restos podemos ver un ejemplo en la vitrina que aparece en la fotografía, donde hay expuestos objetos como un espejo, un alfiler, una aguja para el pelo, o una lucerna, entre otros.
En esa misma zona, se levantó y habitó otra villa en el siglo IV, formada por una galería porticada que miraba hacia el río y por una zona en la parte trasera destinada a huertos. En el centro, se ubicaba la vivienda del dueño, con lujosas habitaciones decoradas con frescos y mosaicos. Por su parte, el dormitorio, o cubiculum, no era de grandes dimensiones y estaba decorado, además de con frescos y mosaicos, con imitaciones de mármol brocatel22 (de tonos ocres) y de mármol azul antiguo (con tonos azulados); la cama estaba colocada en uno de los extremos. De esta vivienda se han encontrado objetos utilizados en la cocina y para almacenar víveres, mientras que en la zona de los patios se hallaron depósitos y, cerca, un horno de cal; del dormitorio, en cambio, no se han encontrado restos del mobiliario.
A nuestros días también han llegado restos de otros yacimientos de época romana encontrados en la región de Madrid. Tal es el caso del mosaico que vemos en la fotografía que acompaña estas líneas, procedente de la que fuera villa romana de Carabanchel (Carabanchel Bajo) y que tiene una antigüedad de entre 1.650 y 1.550 años.
Otro ejemplo, en este caso tardorromano y visigodo, es la necrópolis de El Jardinillo (Getafe), cerca de la villa romana de La Torrecilla y que tuvo dicha función desde finales del siglo IV al VIII. En ella, se hallaron 16 fosas realizadas con diversos materiales y con una orientación Este-Oeste. Todas pertenecían a enterramientos individuales y pudieron ser reutilizadas, salvo una, que pudo ser de una familia. Entre los hallazgos, destacan algunos objetos de ajuares, como hebillas, y clavos de los ataúdes de madera en los que eran enterrados.
Finalmente, también merece la pena citar otro cementerio visigodo, concretamente el encontrado en el año 1929 en Daganzo de Arriba. Siendo una de las primeras necrópolis visigodas halladas en Madrid, en ella se localizaron más de 50 enterramientos, de los cuales destacó un panteón de una familia noble con las tumbas de un varón adulto y dos jóvenes, uno de los cuales aún portaba su espada enfundada en una vaina con adornos de plata.

A continuación, veremos el espacio dedicado a la evolución de Madrid entre los siglos IX y XVI. Comencemos por el Madrid andalusí, etapa histórica que transcurre desde el momento en que el emir Mohammad I funda23 la ciudad de Mayrit, a mediados del siglo IX, hasta su conquista por el rey castellano Alfonso VI, a finales del siglo XI. Son poco más de doscientos años que comienzan con la construcción, por parte de los árabes, de una atalaya fortificada que, formando parte de la Marca Media24, vigilaba la posible llegada de tropas cristianas que penetrasen en territorio andalusí a través de los pasos de Tablada, La Fuenfría, o Somosierra. Y es que en este lugar se cruzaban los antiguos caminos romanos que iban de Astorga a Bética25 y de Zaragoza a Mérida. Dicho torreón se situó en el cerro donde, en la actualidad, se levanta el Palacio Real.
Mayrit, cuyo significado es “arroyo madre”, es el nombre que los árabes dieron a este emplazamiento debido al arroyo que entonces fluía por la actual Calle Segovia. Mayrit, pronunciado en árabe como Madjrit y llamado por los mozárabes Matrice, quienes a su vez lo pronunciaban como Matriz, evolucionó hasta el actual nombre de Madrid. Se trataba de una pequeña población situada al Sur Sureste de la fortificación antes mencionada y protegida por una muralla, de torres cuadradas, construida en pedernal que la unía a dicha fortaleza, formando un recinto que en época cristiana recibió el nombre de Almudena. Aunque en su interior debió de existir una mezquita, no se ha encontrado ningún rastro de ella. De las murallas, en cambio, sí que se han conservado algunos de sus restos, como pueden ser, entre otros, la muralla del Parque Emir Mohamed I y la albarrana26 Torre de los Huesos. Además, durante la construcción del futuro Museo de Colecciones Reales, ubicado al Oeste de la Plaza de la Armería, la cual está situada entre la Catedral de la Almudena y el Palacio Real, han aparecido más restos de la muralla árabe.
En diferentes intervenciones arqueológicas, se han ido encontrando diversos restos de la vida diaria de los madrileños de entonces, a través de los cuales podemos comprender el grado de desarrollo alcanzado. Se han hallado restos de utensilios de cerámica que aparecen decorados con las nuevas técnicas aportadas por los musulmanes, como la cuerda seca, el esmalte, o el vidriado, una decoración que se ve realzada por la presencia de frases religiosas realizadas en escritura cúfica27. Se trata de la misma escritura existente en otros restos, también aparecidos, donde los caracteres están escritos sobre huesos, utilizados quizás como amuletos para la protección de los almacenes de grano. Asimismo, se han encontrado piezas sueltas de ajedrez. En la foto que acompaña el texto, vemos la vitrina del Madrid Andalusí, la cual contiene diversos elementos de origen medieval islámico hallados en excavaciones y datados de entre los siglos VIII y XII. Se trata, de izquierda a derecha, de una Redoma28, un anafre29 y un candil30.
Podemos decir, pues, que el Madrid andalusí era una pequeña ciudad rodeada por una muralla tras la cual convivían una poco numerosa guarnición militar y una reducida población de agricultores y artesanos.

Pasemos ahora a recorrer los espacios dedicados al Madrid Castellano, el cual podemos situar entre los años transcurridos desde su conquista por el reino de Castilla hasta el año 1561, momento en que fue elegido como sede de la Corte. Comencemos por el principio, es decir, la fecha de su conquista por el rey castellano Alfonso VI, algo que aún no se ha sabido datar con certeza; se sabe que fue entre los años 1083 y 1085, pero no se ha logrado hallar ningún documento que aclare con mayor exactitud el momento de su toma por las tropas castellanas. No se sabe si su captura sucedió como un paso previo a la reconquista de Toledo por Alfonso VI, el 25 de mayo de 1085, o si más bien fue una consecuencia posterior de dicha victoria para las armas castellanas. Lo que sí parece claro es que la fortificación de Mayrit era mucho más importante que una simple atalaya. En un texto del autor árabe al-Himayari de finales del siglo XIII o comienzos del XIV, podemos leer de Mayrit:
“[...] ciudad notable de al-Andalus que fue edificada por el emir Muahmmad ben Abd ar-Rahman [...] El castillo fuerte de Madrid se cuenta entre las mejores obras defensivas que hay: fue edificado por el emir Muhammad ben Abd ar-Rahman [...]”.
Tras la conquista, la nueva ciudad cristiana fue parcialmente repoblada con población del Norte peninsular, pasando los anteriores habitantes de religión judía y musulmana a ser sendas minorías en la ciudad y estar sujetos a un inferior trato jurídico. Algo característico de la época, ya que lo mismo sucedía con los cristianos residentes en territorio andalusí, quedando obviamente los judíos como los más desfavorecidos al no disponer de ningún territorio propio. Sin embargo, la nueva religión no trastocó el día a día de sus habitantes en cuanto a sus formas de vida. Prueba de ello son los restos hallados en excavaciones arqueológicas de la cerámica realizada tras la conquista, en los que se mantienen las decoraciones, formas y utilizaciones anteriores. Sí destaca la importancia que se le daba al agua, basada dicha observación en el elevado numero de piezas destinadas a contener el líquido elemento que se han encontrado.
Madrid comienza en esta época una etapa de continuo crecimiento que acaba desbordando la nueva muralla cristiana construida en el siglo XII, surgiendo los arrabales31 de San Ginés, San Martín, o Santa Cruz.
La población en el interior de la ciudad se distribuye en barrios, o collaciones32, organizados cada uno alrededor de una parroquia. En sus inicios y según el Fuero de Madrid del año 1202, éstas eran las diez siguientes: San Andrés, San Juan Bautista, San Justo, Santa María, San Miguel de la Sagra, San Miguel de los Octoes, San Salvador, Santiago, San Nicolás y San Pedro, siendo éstas dos últimas las únicas de las que se ha conservado parte de lo construido originalmente. De ellas son las maquetas que mostramos en la foto situada al inicio de este artículo. En los arrabales exteriores, se instalaron los Monasterios de San Martín, San Francisco, Santo Domingo, Santa Clara y San Jerónimo el Real.

La sección que estamos viendo continúa en otra de las estancias del museo, pero antes de seguir con ella y para no tener que volver atrás, saldremos unos minutos al Jardín Arqueobotánico. En él, podremos ver una serie de árboles y plantas que ya eran cultivados desde hace siglos, según se ha podido constatar a raíz de las numerosas excavaciones arqueológicas en las que se han obtenido datos sobre las especies que eran sembradas en Madrid.
De sumo interés es observar aquí el ábside de la aneja Capilla del Obispo, comenzada a construir en el año 1520 por orden de Don Francisco de Vargas y siendo terminada en 1535 por su hijo, Don Gutierre de Vargas y Carvajal, Obispo de Plasencia (Cáceres), de ahí el nombre del templo.

Dejamos atrás el Jardín y entramos en la sala dedicada a la Religiosidad y muerte del Madrid renacentista, donde podemos contemplar una serie de interesantes pinturas de los siglos XV y XVI, así como los imponentes Sepulcros de La Latina. Y es que la religiosidad presente en el Madrid renacentista se vio representada en las artes, destacando la pintura sobre tabla de retablos e imágenes de culto particulares.
Uno de los pintores más destacados durante el gobierno de la reina Isabel “la Católica” fue Pedro de Berruguete, nacido en la palentina ciudad de Paredes de Nava. Desde muy joven, conoció la pintura flamenca, aumentando sus conocimientos y completando su formación en Italia durante la etapa en que estuvo al servicio de Federico de Montefeltro, Duque de Urbino. Una vez de vuelta en España, realizó un notable número de obras para diversas iglesias de Castilla, pudiendo observarse en su producción la existencia de diversas pinceladas tanto del arte flamenco, como del italiano renacentista.
El museo tiene la suerte de contar en esta sección con una de las obras más conocidas de Berruguete, "La Virgen de la Leche" , o “Virgen del Niño”, en donde el autor adaptó sus conocimientos de pintura flamenca e italiana a la pintura castellana. En ella, tenemos a la Virgen sentada en el interior de un templete construido con los diversos estilos arquitectónicos utilizados entonces en Castilla. Así, los arcos góticos aparecen situados bajo una techumbre mudéjar y el conjunto es realzado con detalles propiamente renacentistas. El artista ha distribuido por la escena diversos motivos iconográficos, representando el pecado original, la Anunciación y la Pureza. Hablamos, respectivamente, de las figuras de Adán y Eva presentes en las hornacinas del basamento; del arcángel San Gabriel y de la Virgen enmarcando el arco central; y de las azucenas existentes en el jarrón que corona el arco central y en el cuerpo superior de los basamentos antes mencionados.
Dos elementos presentes en la sala que sin duda llamarán nuestra atención son los Sepulcros de La Latina. Pero antes de continuar hablando de ellos, recordemos dónde se realizaban los enterramientos en aquella época, una costumbre que se vino manteniendo hasta principios del siglo XIX. Las iglesias tenían un cementerio exterior donde eran enterrados sus parroquianos, quedando reservado el interior de los templos para el entierro de nobles y otros importantes personajes.
Los Sepulcros pertenecen a Don Francisco Ramírez, “el Artillero”, y a Doña Beatriz Galindo, “la Latina”. El primero era un militar secretario del rey Fernando el Católico que destacó durante la conquista de Málaga y que murió en la revuelta morisca de Lanjarón. “La Latina” fue su segunda esposa. Se trataba de una noble dama de Salamanca, así apodada por su alto conocimiento del latín y considerada una de las mujeres más cultas de su época. Precisamente por su dominio de la lengua latina, con tan sólo dieciséis años fue llamada hasta la Corte castellana para enseñar dicho idioma a la reina Isabel “la Católica”, la cual deseaba aprenderlo. Allí, llegaría a convertirse en una de sus más fieles consejeras.
El matrimonio fundó el Hospital de la Latina, en la Calle Toledo, como un establecimiento de beneficencia. Lamentablemente, fue derribado a principios del siglo XX, habiéndose salvado su Portada, trasladada hasta la Escuela Universitaria de Arquitectura Técnica, y su escalera gótica, situada actualmente en la Torre y Casa de los Lujanes. A la muerte de Don Francisco, Doña Beatriz realizó otras fundaciones, como el Convento de la Concepción Franciscana (junto al anterior hospital), situándose en su capilla estos sepulcros. Al derribarse tanto el Hospital como el Convento, ambos monumentos se trasladaron primero hasta la Hemeroteca Municipal y, posteriormente, al Museo Municipal de Madrid. Su construcción se fecha en 1530, siendo su autor Hernán Pérez de Albiz.
“La Latina” fundó también en 1509 el Convento de la Concepción Jerónima, en donde situó otros dos cenotafios33 similares a los sepulcros del otro convento y que, igualmente, fueron trasladados junto al convento, en 1890, primero hasta la Calle Lista (actual Ortega y Gasset), y posteriormente, en 1967, hasta El Goloso. Allí, ha habido en 2004 un nuevo desplazamiento dentro de la misma finca al vender las monjas el antiguo monasterio, demasiado grande y caro su mantenimiento para la actual comunidad religiosa, y construir en su lugar uno más pequeño. El cuerpo de Doña Beatriz siguió el mismo recorrido que los monumentos funerarios, encontrándose enterrada en la actualidad bajo el coro de la Iglesia del actual Convento de El Goloso.

La evolución de Madrid, sede de la Monarquía, desde la conquista cristiana hasta el año 1656 podemos verla representada por la estupenda maqueta de la ciudad existente en la misma sala situada antes de nuestra salida al Jardín. Dicha maqueta, que mostramos en la fotografía adjunta al presente artículo, está basada en el famoso Plano de Teixeira, un cartógrafo portugués que en 1656 realizó dicho plano de Madrid por encargo de Felipe IV.
Pero vayamos atrás, hasta el año 1561, cuando el monarca Felipe II decide trasladar la Corte hasta Madrid, una decisión de la que curiosamente no ha quedado ningún documento escrito. La llegada de la Corte significó profundos cambios para la ciudad desde el punto de vista económico, social y urbanístico. La llegada masiva de nobles, alto clero, funcionarios, sirvientes, artesanos, comerciantes, criados y vagabundos hizo necesario el buscar nuevas formas de alojamiento y aumentar la producción de objetos de uso cotidiano realizados en materiales más lujosos, como la loza y el vidrio, o en la más corriente cerámica, dependiendo del estamento social al que perteneciera el destinatario. Restos de todo ello han ido apareciendo en algunas de las excavaciones arqueológicas realizadas en la ciudad.
Como imagen del Madrid de dicha época han quedado, en la Biblioteca Nacional de Viena, los dibujos que el pintor flamenco Anton Van den Wyngaede hizo de varias ciudades españolas en 1562, correspondiendo cuatro de ellos a Madrid. Sin embargo, cuando se realiza el anteriormente mencionado Plano de Teixeira, habían pasado ya más de cien año desde el traslado de la Corte. La ciudad había experimentado notables transformaciones y, tras la construcción de la muralla de Felipe IV, no experimentará grandes cambios durante los siguientes doscientos años. La vida de la ciudad se desarrollará entre las dos residencias reales: el Alcázar, situado en el extremo Oeste, y el Palacio del Buen Retiro, ubicado en el extremo opuesto. Las comunicaciones entre ambos desembocan en la Plaza Mayor, situada entre ambos núcleos y que servirá de escenario de actividades lúdicas, como las corridas de toros; o dramáticas, como los autos de fe34 y las ejecuciones, destacando entre éstas la del Marqués de Siete Iglesias.
En la maqueta, se puede contemplar la evolución urbana de Madrid desde el siglo IX hasta 1656. En ella, están representadas las diferentes murallas que han rodeado la ciudad: la muralla de la Almudena, del siglo IX; la muralla de la primitiva Medina, del siglo X; la muralla cristiana, hasta el siglo XII; la cerca del Arrabal, de aproximadamente 1458; la cerca de Cerca de Felipe II, de 1566; y la Cerca de Felipe IV, de 1625.

Una vez recorrida la parte del museo en la que se nos cuenta la historia y evolución de Madrid desde la antigüedad y a lo largo de los siglos, comenzaremos ahora la visita a aquellas salas relacionadas estrechamente con la figura del patrón madrileño San Isidro Labrador ya que, como dijimos al inicio de este reportaje, el museo está instalado en el que fuera Palacio de los Condes de Paredes.
La primera de ellas no puede ser más característica, pues se trata de la que tiene en su interior el llamado Pozo del Milagro. Aquí es imposible contar su historia sin servirnos de la tradición popular. Se cuenta que, en cierta ocasión, el hijo de San Isidro cayó de los brazo de su madre, Santa María de la Cabeza, al pozo que hoy vemos aquí. Al no ver medio para salvarlo, el santo comenzó a rezar a la Virgen. De repente, en medio de sus oraciones, vio cómo el agua empezó a subir de nivel de tal modo que llegó al brocal35 del pozo y pudo así salvar al pequeño de morir ahogado. En la actualidad, este brocal está instalado en el centro de la torre que se ha construido en torno a él y a la cual se accede subiendo unas cortas escaleras.
En esta misma sala, podemos ver una serie de cuadros relacionados con San Isidro. Nos da la bienvenida una réplica del “Milagro del Pozo” de Alonso Cano, cuyo original, de mediados del siglo XVI, se encuentra en el Museo del Prado. Ya dentro de la habitación, hay unos óleos de Cecilio Plá y Gallardo que forman parte de un mismo tríptico realizado en 1906. Los dos más pequeños fueron un boceto de una obra final que se llamaría “Un Santo español”, mientras que el gran protagonista es el cuadro mayor, en el que se representa a San Isidro rezando y cuyo boceto se encuentra hoy día en una colección particular. Por otro lado, cabe destacar el contraste entre la representación festiva de las dos obras laterales y la solemnidad del cuadro central. En el año 1942, el Ayuntamiento de Madrid compró el tríptico a los herederos del pintor, llamándose entonces los cuadros laterales “Peregrinos a San isidro (Gentes de ciudad)” y “Peregrinos a San Isidro (Gentes de campo)”; sin embargo, en una entrevista que Plá concedió en 1922 al diario Las Provincias, éste titula sus cuadros como “Los isidros de Madrid” y “Los isidros de Segovia”.
También hay algunas obras anónimas, como un aguafuerte36 de 1870 que muestra una “Romería de San Isidro”, o una serie compuesta de 60 litografías37 realizadas en 1890 y denominada castizamente “Los Isidros en Madrí”.

Continuamos por otro lugar representativo como es la Capilla. Construida a comienzos del siglo XVII (1608), se dice que fue levantada en el lugar en el que estuvieron las dos habitaciones donde vivieron San Isidro y Santa María de la Cabeza, dentro del palacio de su patrón, Iván de Vargas. Desde entonces, ha sido reformada en varias ocasiones, la primera de ellas en 1663 y más adelante entre 1783 y 1789, años estos últimos en que sería decorada como la vemos actualmente por orden de los Condes de Paredes, por entonces dueños de la casa.
Es en esos años cuando se añaden las pinturas murales de las bóvedas, obra de Zacarías González Velázquez. En el óvalo del centro, está representada la “Apoteosis38 de San Isidro”, mientras que en la nave hay pintados varios ángeles, dos de ellos sujetando una corona de laurel y otros dos portando una filacteria39 en la que aparece la inscripción “Hic obdormivit in domino” (“Aquí se durmió en el Señor”), frase que hace alusión a la leyenda que afirma que el santo falleció justo en este lugar.
Preside la Capilla un retablo cuya hornacina acoge la figura de San Isidro, una talla en madera policromada de autor desconocido y colocada en este lugar a petición de los Condes de Paredes. En cuanto a su realización, hay que apuntar que la cabeza y las manos no corresponden a esta escultura, sino que son sobrepuestas; mientras que el cuerpo fue hecho en el año 1663, las manos y la cabeza datan de una fecha anterior (finales del siglo XVI).
En el año 1994, la talla fue ubicada de nuevo en este retablo tras la donación que hicieron al museo los Duques de Santo Buono, quienes hasta entonces habían sido sus dueños. También cabe mencionar que existe un grabado de ella en la Biblioteca Nacional dibujado por J. Rodríguez y grabado en 1790 por Rafael Bausac.
A los lados del altar, hay sendos cuadros del siglo XVIII también anónimos que representan al santo (izquierda) y a Santa María de la Cabeza (derecha). Ambos lienzos estuvieron en el Colegio de San Ildefonso hasta julio de 1936, momento en que la Junta de incautación de obras de arte las llevó al Museo Municipal para que no sufrieran daño alguno durante la Guerra Civil Española (1936-1939). Y ahí estuvieron hasta el año 1942, cuando regresaron al colegio, pasando más adelante al Museo de San Isidro.
El resto de la Capilla se completa con una serie de vitrinas en las que hay expuestas varias tallas en madera de entre los siglos XVI y XVIII que representan a San Isidro y a Santa María de la Cabeza, todas ellas de autoría anónima. Con estas esculturas podemos ver el cambio que ha habido a lo largo del tiempo a la hora de representar a ambos santos. Las figuras más antiguas les muestran con vestimentas de los campesinos medievales, mientras que las imágenes de los siglos XVI y XVII están basadas en la literatura medieval y mística40. Cuando en el año 1622 es canonizado San Isidro, comenzará a representársele con ropajes del siglo XVII y con atributos fijos relacionados con algunos de sus milagros (pala, aguijada41 y arado), algo que también pasará con Santa María de la Cabeza, que porta siempre una aceitera, un huso44 para hilar, o un hachón encendido. Finalmente, también podremos ver una Inmaculada del siglo XVIII realizada por Manuel Francisco Álvarez Pascua.

En la pared derecha de la Capilla, hay una puerta que nos conduce a una sala aneja que puede denominarse como Vida y milagros de San Isidro, donde veremos una serie de cuadros y esculturas, entre otros objetos artísticos, que nos acercarán a la figura del santo.
Dos son los documentos, o “testimonios”, medievales conservados que nos han dado a conocer la trayectoria del santo. Uno de ellos es el llamado Códice 45 de Juan Diácono, un manuscrito realizado a finales del siglo XIII sobre la vida de un personaje de nombre Isidro que vivió durante el siglo XII y cuyo cuerpo fue encontrado en el cementerio de la Parroquia de San Andrés perfectamente conservado. Ahí comenzó la devoción por la figura del hoy santo, momento en que la población madrileña obtuvo el permiso de la Iglesia para promover su culto.
El otro testimonio es la llamada Arca de San Isidro, construida a finales del siglo XIII, o comienzos del XIV, para guardar el cuerpo del santo, sustituyendo así al sepulcro original. Más adelante, en 1620, ésta fue de nuevo sustituida por una urna de plata, donación de los orfebres de Madrid y que desapareció durante la Guerra Civil, por lo que el Arca fue custodiada en la Parroquia de San Andrés hasta que se trasladó al Palacio Arzobispal de la ciudad. En la actualidad, se encuentra en la Catedral de Madrid, mientras que en esta sala podemos contemplar una reproducción.
Su decoración está ligada al Códice. En el frente, se representan cuatro de los cinco milagros más importantes que llevó a cabo el santo y que se describen en el manuscrito, pudiendo haber figurado el que falta en la tapa.
De este modo, tanto en el Códice como en el Arca se recogen los detalles sobre la vida de San Isidro tal y como se habían contado mediante la tradición oral, haciendo hincapié en los milagros del santo y siendo escasos y ambiguos aquellos datos sobre su biografía, algo propio de la mentalidad medieval por la importancia que entonces se le daban a los hechos milagrosos. Cuando a finales del siglo XVI comienza el proceso de canonización de San Isidro, el cual culminará en 1622, esto cambiará, pues se empezarán a publicar biografías suyas en las que abundarán los datos sobre su vida, además de aumentar el número de milagros, todo ello obtenido de las personas interrogadas para la canonización.
Uno de los elementos que también nos llamará la atención en esta sala será una maqueta de la Parroquia de Santa María de la Almudena, derribada en 1868 para abrir la actual Calle de Bailén y de la que sólo han quedado algunos restos hallados en intervenciones arqueológicas. La maqueta es una obra en madera realizada entre los años 1945 y 1950 por José Monasterio Riesco.
La importancia de esta iglesia no es otra que la devoción que tenía San Isidro por la Virgen María. Esto ha llevado a representar a menudo al santo frente a imágenes de las vírgenes de la Almudena y de Atocha. En el ya mencionado Códice, se hace alusión a la parroquia que vemos en la fotografía en dos de los milagros de San Isidro, mientras que en otro de ellos se habla de un santuario que podría ser la desaparecida Ermita de Atocha. En cambio, cuando se habla de su vida sólo se menciona la Iglesia de Santa María Magdalena, la cual se ha identificado con la Ermita de Nuestra Señora de la Antigua (Carabanchel Bajo, Madrid).
Otro objeto expuesto relacionado con la vida del santo es otra maqueta del mismo autor que la anterior, siendo en esta ocasión del Altar Mayor de la Colegiata de San Isidro y estando fechada en 1942. Después de que Carlos III expulsara a los jesuitas en el año 1767, este templo acogería las reliquias del santo y de Santa María de la Cabeza, donde aún permanecen. Cabe mencionar que en esta sala se pueden ver las llaves del arca de San Isidro y de la urna de Santa María.
La sala se completa con numerosos cuadros y varias esculturas en las que se representan diferentes aspectos de la vida de San Isidro, todos ellos de entre los siglos XVII y XIX. De éstos, podríamos destacar un lienzo del siglo XVII atribuido a Alonso del Arco en el que aparecen San Isidro y Santa María de la Cabeza.

Antes de dirigirnos a las escaleras que nos conducirán al Almacén visitable, terminamos nuestro recorrido por la planta baja del museo disfrutando de una pequeña visita al Patio renacentista, cuyo acceso tenemos frente a la Capilla. Este patio es otro vestigio del Palacio de los Condes de Paredes, en el cual se han conservado dos laterales porticados, mientras que el conjunto ha sido cubierto por una estructura metálica que permite pasar la luz del día.
Bajo las galerías, podremos contemplar algunas maravillosas esculturas procedentes de conocidos monumentos de Madrid y que, en su día, se decidieron retirar o sustituir por réplicas para así preservar éstas originales de las inclemencias del tiempo y el paso de los años. Así, encontraremos los tritones46 y las nereidas47 que formaron parte de las Cuatro Fuentes del Prado, conocidas también como “Las Fuentecillas”, las cuales fueron diseñadas por Ventura Rodríguez, mientras que estas esculturas en concreto las realizaron Roberto Michel y Francisco Gutiérrez, siendo terminadas por Alfonso Giraldo Bergaz. Desde el año 1996, momento en que fueron retiradas de las fuentes, descansan en el Museo de los Orígenes.
También merecen nuestra atención el oso y el dragón que fueron utilizados como caños en la Fuente de Cibeles y que representaban a los animales que estaban en el antiguo escudo de Madrid. Realizados en el año 1794 por Alfonso Giraldo Bergaz, el dragón servía para un uso público, mientras que en el oso llenaban los barriles los aguadores a los que se les asignó la fuente. Finalmente, fueron retirados de su emplazamiento original en 1862, siendo el oso ubicado en el Parque de El Retiro y llevándose el dragón primero a un almacén municipal y después al patio de la Casa de Cisneros, antes de pasar ambos definitivamente a estar expuestos en el museo.
Finalmente, en la parte alta de la galería hay dos réplicas de las esculturas de San Isidro y Santa María de la Cabeza cuyos originales están en las hornacinas del Puente de Toledo.

El almacén visitable del Museo de San Isidro es uno de los nuevos espacios expositivos que trajo consigo la reapertura del museo a principios del año 2012. En él, se encuentran expuestos, por orden cronológico, tipología y yacimientos arqueológicos de procedencia, una colección de más de seiscientas piezas arqueológicas. De este modo, se ha logrado aumentar el espacio expositivo y poner a la vista del público una gran parte de los fondos museísticos almacenados que de otra forma no hubiera sido posible contemplar.
Las piezas expuestas pertenecen a diferentes períodos geológicos y épocas históricas. Así, tenemos objetos procedentes del Terciario madrileño; del Paleolítico, del Neolítico y del Calcolítico; de la Edades del Bronce y del Hierro; y de las épocas romana y medieval. Entre ellos, encontraremos fósiles de animales prehistóricos madrileños, de los que podemos citar el mastodonte, la tortuga gigante, o el anchiterium, un équido49 éste parecido a un caballo de poca altura. Asimismo, también hay objetos presentes en la vida cotidiana de los habitantes que nos precedieron, como tinajas, molinos de mano, cuchillos, vasos, etc., y maquetas de viviendas romanas, hispano-musulmana y cristiana.

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